En 1962, varios miembros de nuestra familia fuimos testigos del "milagruco", ocurrido en Garabandal (San Miguel Arcángel dio la Sagrada Comunión a Conchita González). Ahora, cincuenta años después, esperamos que terminen de cumplirse las profecías de la Virgen. En este blog nos proponemos recoger -en castellano, inglés, francés, portugués, italiano...- algunos mensajes del Cielo a hombres y mujeres de Dios, en nuestros tiempos. Son continuación de lo que la Virgen anunció en Garabandal, entre 1961 y 1965. Si se leen despacio, son fuente de oración, y de amor a Dios y a nuestros hermanos de todo el mundo. Conviene advertir que, mientras caminamos en esta vida, vamos hacia la luz de la verdad a través de sombras e imágenes veladas. Por eso, no podemos alcanzar aún un discernimiento pleno de estos mensajes. Durante el "Aviso" el Señor disipará nuestras dudas e incertidumbres. Para comprender mejor el contenido del blog, se puede leer la página sobre GARABANDAL.

martes, 19 de junio de 2012

Garabandal 2012 (19 jun 2012)

Sin Eucaristía, la destrucción
por César Uribarri
en Religión y Libertad (ver artículo original)

    La verdadera batalla pasa inadvertida, salvo para aquellos que están conscientemente inmersos en ella. El gran éxito del mal no es sólo intentar pasar por bueno lo que no lo es, sino que sean los mismos “buenos” quienes se erijan en defensores de la abominación. Lo que hoy está en juego en el mundo excede al pánico financiero, que no deja de ser un mero y doloroso fruto del árbol que durante años se ha ido regando.
     Porque la piedra de toque, el dique contenedor es otro. Y hay quienes denodadamente están tratando de demolerlo. Porque una vez demolido, todo será posible. Ese dique contenedor, esa piedra angular sobre la que se edifica la paz social, es la Eucaristía. Y de su “cuidado” depende todo. La verdadera batalla que hoy se está jugando gira en torno a la Eucaristía. Lo otro, siendo grave, es nada en comparación con la gravedad que supondrá la derrota eucarística. Porque la batalla hoy es encarnizada. Y quien bien lo sabe está haciendo todo cuanto puede por pisotearla. Y a fe que lo está logrando.
     El trabajo es preciso, metódico. Y en el no caben juegos. Las tareas han sido repartidas, las actuaciones medidas, los cometidos diseñados. No hay lugar a misiones de francotiradores. Todo sigue un proyecto claro y nítido. Del mundo que se encarguen los del mundo, de las cosas de Dios, los de Dios. Y así ha sido. Porque el peor enemigo de la Iglesia está dentro de la misma Iglesia. Y a estos, a los hijos infieles de la Iglesia, el príncipe de este mundo les ha dado preciso cometido: modernizar el culto, relativizar el culto, despreciar el culto. Han sido tres pasos en el tiempo, donde para llegar a uno había que pasar por el otro, pero sin ser necesario abandonar el anterior.
     Así pudieron convivir en el diseño programado de demolición la modernización, la relativización y el desprecio. Pero no sólo ni sencillamente, porque para llegar a esos pasos era necesario actuar en la línea teológica –intelectual, digamos- para poder dar soporte ideático a la demolición. Así, por ejemplo, si se perdía el sentido de pecado era más sencillo favorecer la comunión sacrílega, y como lo eucarístico había pasado a acto social, ya no era fuerza necesaria para la vida cristiana, sino realización social, culmen asambleístico. Ayudó la modernización del culto, que aherrojó al Santísimo a lo más lúgubre de lúgubres iglesias. Y la misma fealdad que envolvía el “nuevo Sacramento” ayudaba a la relativización del culto, y por ende, al desprecio. Pero todo ello envuelto en construcciones teológicas que no eran otra cosa que justificaciones de la demolición, pero necesarias para dotar de cáscara aparente lo que no era más que podredumbre de increencia y desamor.
     Y si parecen palabras mayores es porque hemos perdido la fe en la fuerza de la Eucaristía, y porque ya no escuchamos a los santos. Cuando el padre Pío decía que el día que se deje de celebrar la santa Misa se acabaría el mundo, no estaba construyendo un eslogan. Estaba evidenciando la realidad que se escapa a nuestros ojos. No está en juego el destino del euro, ni tan siquiera la paz en Oriente Medio, está en juego el mismo mundo según lo que ocurra con la Eucaristía. Pero quien no ha perdido la fe en la Eucaristía es quien está tratando de pisarla. Por ello la batalla está siendo hoy más encarnizada que nunca, justo porque desde la capitanía general de la Iglesia se está tocando a rebato, se está volviendo a fijar la mirada en el único estandarte vencedor: la Eucaristía. Se puede decir sin ánimo de dañar la verdad con la simplificación, que la idea central del papa reinante, Benedicto XVI, es devolver la sacralidad a la Eucaristía. Porque el camino de la sanación es inverso al de la demolición: primero se devolverá la sacralidad, luego se percibirá su importancia, y de ahí se pasará a devolverle su belleza y sus tradiciones, que no son otra cosa que bella y profunda materialización de la tradición y la fe, soportes del alma católica, por tanto.
     Pero al igual que en la labor de la demolición, los pasos a la sanación siendo sucesivos en el tiempo también son concurrentes. Impulsando uno se fortalece el otro. No en vano, la devolución de la belleza favorecerá la sacralidad, y de la belleza sagrada es más fácil devolver su grandeza e importancia a la Eucarística. Por eso Benedicto XVI está dando pasos en la recuperación de lo bello: la vuelta a la música sacra –específicamente el gregoriano- y la recuperación del culto tradicional. Que siendo aparentemente pasos “estéticos” más bien son pasos de fondo. Es en esa firmeza por devolver a la Eucaristía lo sacro donde se debe enmarcar la recuperación de los lefebvristas en el seno de la Iglesia, por cuanto continuadores de una tradición litúrgica, su vuelta a la Iglesia favorecerá la recuperación de lo bello, de lo sacro y del valor eucarístico. Que estos pasos dados por Benedicto XVI no son sólo pasos estéticos sino de fondo, lo manifiesta la inquina con la que se han recibido, en unos casos con la desobediencia –desgraciadamente la mayoría de los casos- y en otros con la presión mediática para frenar esos “retrocesos” en la demolición. Sí, son pasos muy dolorosos, porque el príncipe del mundo sabe que ahí está su derrota, y los está enfrentando con todas sus armas.¿Pudiera el escándalo del vatileaks entenderse desde esta pespectiva? Aún siendo mucho lo que desconocemos de los topos en el Vaticano (cuervos los llaman en Italia, y parece más apropiado) el vaticanista Galeazzi apuntaba una pista que ha pasado desapercibida: con las filtraciones a la prensa de esos documentos secretos del Vaticano no sólo está en juego la batalla entre los partidarios del Secretario de Estado vaticano, Bertone, y los “diplomatistas” de Sodano, está en juego el control del colegio cardenalicio.
     Está en juego, por tanto, la elección del próximo papa. Y quizá el intento de frenar desde la cabeza esa vuelta a la salud del mundo. Porque de las cartas filtradas, sin ser verdaderamente escandalosas, siempre emerge un leit motiv: lo litúrgico; bien sea volviendo a traer a la luz la mal llamada “liturgia Kika”, o recuperando el problema de los “lefebvristas”, o mostrando el desasosiego de ciertos sectores con los pasos “restauradores” dados por el Papa. Cierto que no son los únicos escándalos publicados, pero desconciertan ante la gravedad de los temas que enfrenta la Secretaría de Estado vaticana y el mundo. ¿Se pretende posicionar un colegio cardenalicio hacía porcentajes numéricos más favorables a un próximo papa que frene las ansías restauradoras del papa actual? Los indicios van en esa línea. Y no en vano, porque la “restauración” de lo antiguo es indicativo de las verdades de siempre, los mandamiento de siempre. Y eso, la destrucción de la verdad, es el anzuelo necesario para dormir las conciencias, pervertir las conciencias y destrozar las vidas –terrena y eterna-, labor metódica y eficaz del malo por antonomasia.
     El proceso es evidente si se mira con perspectiva. Y los pasos sanadores sencillos, si se enfrentan desde la percepción sincera de cuanto pasa. Porque bien dijo el arzobispo de Madrid, monseñor Rouco, que esta crisis no se podría solucionar sin una vuelta a Dios. Y fueron palabras valientes y profundas. Pero no se podrá volver a Dios si no se vuelve a la Eucaristía. Luego habrá que volver a la Eucaristía. Y ahí los pasos son sencillos y realizables:
     - Devolver el Sagrario al centro de las iglesias –incluidas las catedrales, para que así se evidencia ante los turistas que esa construcción no tiene otro sentido ni otro motivo que custodiar al Santo de los santos, al que se sabe realmente presente-.
     - Traducir el pro multis según los deseos del Papa, de una vez. Que no se puede pedir obediencia cuando no se obedece.
     - Devolver los reclinatorios a las iglesias, específicamente y siempre para comulgar.
     - Reducir el vergonzoso e inflacionario número de “ministros” extraordinarios de la Eucaristía, que han hecho de lo más grande lo más “ordinario”.
      - Devolver la belleza a los altares: candelabros y cruz, como hace el Papa, como quiere el Papa.
     - Enterrar de una vez a Cesáreo Gabaráin, cuyas composiciones han hecho tanto daño al alma de los fieles, por mucho que se sigan repitiendo día tras día hasta la extenuación de los sentidos. Y devolver la belleza de la música sacra a la liturgia, empezando por sencillas piezas gregorianas.
     - Devolver a esos jueves que brillan más que el sol, su brillo perdido. Basta ya de acomodar el calendario litúrgico a la fiesta civil. Es lo religioso lo que cambiará y mejorará lo civil, pero nunca a la inversa.
     Son pequeños pasos para recuperar lo sacro y lo bello, pero son necesarios cuando está en juego el destino del mundo. Porque va siendo hora de que los hijos de Dios cuiden de Dios como hijos fieles y amorosos, no como fríos carniceros de la destrucción. Porque en ese cuidado, en esa recuperación del giro hacia Dios, del giro hacia la Eucaristía, es donde el mundo, España, puede encontrar la senda de la salud, la paz, el progreso. Lo otro es haber perdido la fe, y lo que es peor, perdérsela a los inocentes.

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